martes, 15 de marzo de 2016

La casa de papel, de Carlos María Domínguez

Reseña de La casa de papel, de Carlos María Domínguez, por Patricia López Garrido.

Adoro los libros que tratan de libros, de lectores, de librerías, de bibliotecas,… y esa fue una de las razones por las que di mi voto a La casa de papel, de Carlos María Domínguez, en la última sesión del Club de Lectura de Parla Este.

Una profesora de literatura de Cambridge, Bluma Lennon, muere atropellada cuando cruzaba la calle leyendo un libro de Emily Dickinson. Un colega suyo, también profesor de literatura, encargado de sustituirla, recibe unos días después, en el que fuera el despacho de su compañera, un paquete procedente de Uruguay  que contiene un ejemplar de La línea de la sombra, de Joseph Conrad. “Pero lo sorprendente era que la cubierta y la contratapa traían adherida una mugrienta costra. Los cantos de las páginas mostraban pequeñas partículas de cemento…”.

Este punto de partida es el que lleva al profesor a intentar averiguar de quién viene el  libro de  Conrad. Aprovechando un periodo de descanso y una visita a sus familiares a su tierra natal, Argentina, el profesor decide buscar en Uruguay las raíces de ese libro. Y, tirando del hilo descubre a un personaje llamado Carlos Brauer, un apasionado de los libros y de la lectura enloquecido.

Este libro es una oda a los libros, a los escritores y a las bibliotecas. Hay muchos guiños a la literatura universal y probablemente me habré perdido muchos por no saber interpretarlos. También es un tributo a los lectores y a esas pequeñas manías que tenemos cada uno de nosotros.

No es un libro del que haya disfrutado demasiado teniendo en cuenta la temática porque me parece algo abstracto y onírico, pero lo que más me ha gustado han sido, sin duda, algunas de sus reflexiones, como las siguientes:

“Insistía en que los libros afines merecían permanecer agrupados bajo otro orden que el de la vulgaridad temática”.

“Coincidió mi regreso a la actividad con la noticia de que Carlos, precisamente, iluminaba sus lecturas con cirios, ya no hacía más que alentar a los demás a imitarlos. Nunca con un autor del siglo veinte, que en ese caso encendía la luz eléctrica”.

“A lo largo de los años he visto libros destinados a equilibrar la para manca de una mesa; los conocí convertidos en mesa de luz, dispuestos en forma de torre con un paño encima; muchos diccionarios han planchado y prensado más objetos que las oportunidades en que fueron abiertos, y no pocos libros guardan, disimulados en los estantes, cartas, dinero, secretos. Las personas también cambian el destino de los libros”.