Cuando elegimos Mystic river, de Dennis Lehane, en el Club
de Lectura de Parla Este no me convenció demasiado. De hecho, antepuse unos
cuantos libros pendientes y lo empecé a leer tan solo diez días antes de la
reunión. Cuando lo comencé, sentí que me pasaba lo mismo que con El gran
Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald: la traducción. No me sentía cómoda
leyéndolo, a pesar de que la historia en sí tenía ese algo. Pero fui pasando
las páginas y esa sensación desapareció.
Sean, Jimmy y Dave son tres niños amigos que vivieron una
experiencia que marcaría sus vidas para siempre: jugando un día cualquiera en
la calle, unos desconocidos hicieron subir a Dave, en presencia de los otros
dos, a un coche, y después desaparecería durante días. Lo que le pasó a Dave
nadie lo sabe pero todo el mundo lo imagina. Desde entonces, los tres niños
crecen en circunstancias muy distintas y por caminos diferentes aunque su
destino parece unido.
Dos décadas después, Kate, una de las hijas de Jimmy,
aparece muerta cerca de un parque de la zona en la que viven. La noche del supuesto
asesinato, Dave llega tarde a casa tarde, embadurnado de sangre y con una
coartada que no acaba de convencer a su mujer. Por su parte, Sean, tras varios
años sin contacto con sus amigos de la infancia, será el encargado de resolver
el asesinato de Kate.
A partir de entonces se abre una investigación en la que
todo apunta a que Dave es el sospechoso principal y de la que hay que estar muy
atento a los detalles porque son fundamentales en la resolución del caso. Entre
medias, se descubren las rencillas de un barrio marginado en el que hay
demasiadas heridas cerradas a la fuerza y en el que las traiciones se pagan con
sangre.
En mi opinión, Mystic river es otra novela negra. Lo que más
me gusta de ella es la descripción de cómo es la vida en un barrio marginal,
cómo evoluciona su gente y cómo se forman sus vidas tras esas “mafias” en este
tipo de suburbios. Solo me gustaría destacar un párrafo con una reflexión de
Jimmy tras enterarse de la muerte de su hija:
Una vez me contaron que la madre de Hitler estuvo a punto de abortar, pero que cambió de opinión en el último momento. También me contaron que él se marchó de Viena porque no podía vender sus cuadros. Ya ves, Sean, si hubiera vendido un cuadro o su madre hubiera abortado, el mundo sería un lugar muy diferente, ¿comprendes? O, por ejemplo, digamos que pierdes el autobús por la mañana y, mientras tomas la segunda taza de café, te compras un boleto de rasca y gana, que va y sale premiado. De repente, ya no tienes que coger el autobús. Puedes ir al trabajo en un Lincoln. Pero tienes un accidente de coche y te mueres. Y todo eso porque un día perdiste el autobús
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